HOMENAJE JAVIER NOVILLO ASTRADA

Javier Novillo Astrada, Javo para todos, no solo ha sido un extraordinario jugador de polo, ese que ganó la Triple Corona junto a sus hermanos Eduardo, Miguel e Ignacio, aquel glorioso 2003, cuando La Aguada hizo su “rentrée” en el alto hándicap argentino, el que llegó a 10 goles en Estados Unidos y que ganó torneos aquí, allá y en todas partes. Javo fue extraordinario dentro de la cancha y, mejor aún, fuera de ella. Un verdadero 10 goles de la vida.

El recuerdo de todos quienes han conocido y tratado a Javo permanece intacto. Fue un ser único, maravilloso, con una luz especial que se reflejaba con tan solo mirarlo a los ojos. Una persona con la que era un placer encontrárselo siempre, pero no solo para hablar de polo; indefectiblemente, uno con Javo hablaba de esas cosas simples que hacen a la vida. Profundamente creyente, solía cerrar sus mails con un “que Dios te bendiga”.

Javo nació en Buenos Aires el 3 de diciembre de 1975, como el tercer hijo de Eduardo Novillo Astrada y Verónica Devoto, detrás de sus dos hermanos mayores, Eduardo y Miguel. Con éste último, quizás por la cercanía en edad, por carácter, era con quien tenía más afinidad. Iban juntos al campo, en Bahía Blanca a ver los caballos, a elegir caballos. La pasión de Javo por los caballos era tal, que durante años fue el alma y el corazón de los tradicionales y exitosos Remate Selección La Aguada.

Se casó con Delfina Rodríguez y tuvieron cuatro hijos: Manuel (“Manolo”), Simón, Nina y Clara. Nina nació en Andalucía, España, con su papá jugando en Sotogrande.

Pero en 2009, con tan solo 33 años, Javo debió enfrentar una dura prueba que le envió Dios, en quien tanto creía y se aferraba; fue el partido más duro que le tocó jugar, y Javo lo afrontó con entereza, fortaleza y una fe inquebrantable. Le aconsejaron que ese año no jugara la Triple Corona. Pero Javo no iba a dejar solos a sus hermanos; ese 2009, en pleno tratamiento, jugó la Triple Corona. ¿Los resultados? Son anecdóticos. Lo importante es que Javo estuvo toda la temporada, siempre con una sonrisa, con esa afabilidad, con esa luz que lo hacía único y especial.

Parecía que lo había logrado, que la prueba estaba superada; pero hacia fines de 2013, la prueba se hizo más dura aún. Y Javo nunca dejó de creer; ni tampoco dejamos de creer todos quienes estuvimos cerca de él. ¿Cómo íbamos a dejar de creer nosotros, si la fe del propio Javo seguía intacta?
El 23 de mayo de 2014, con solo 38 años, Dios lo llamó a Su lado. Y nos consuela saber que el Señor necesitaba junto a Él a un ser único y especial como fue – es – Javo. Su luz, su estrella, seguirá brillando por siempre.

Así lo queremos recordar, con una sonrisa, con alegría, agradecidos por haberlo tenido entre nosotros y dejarnos inolvidables recuerdos de su vida breve pero hermosa. Javo tenía una misión, hacer de este mundo un lugar mejor. Y la cumplió.